domingo, marzo 30, 2008

Una tarde en Valencia

A veces la incopencia tiene efectos secundarios positivos.

Digamos, simplemente, que por razones ajenas a mi voluntad me vi sóla y sin un triste mapa en la plaza de la catedral de valencia el viernes al medio día.

Dí una vuelta y me senté en un restaurante pseudomodernuqui a comer:

-Valencia es una ciudad en la que las cosas huelen (y eso no es ninguna tontería para alguien que lleva 10 años viviendo en Madrid): el jardincillo que estaba enfrente del restaurante olía a naranjo y la brisa traía un olor intenso a marea baja (un olor que a la gente no le suele gustar pero que a mi me encanta, como me gusta el olor de la gasolina en los parkings)
-Valencia parece a medio camino entre el macarrismo moderno de madrid y el earthy coolismo de barcelona (aunque no estoy segura de que este término medio me guste).
-Vi la primera giri en chanclas y pantalones cortos de la temporada.

Después de comer, di otra vuelta sin rumbo... al hombro llevaba una bolsa con un enorme libro de tapa dura en su interior. Ya tengo dos ejemplares de ese mismo libro, pero su autor se empeñó en que me llevara el tercero "para regalárselo a alguien". Me dio vergüenza decir "Es que como me vas a dejar tirada en valencia durante toda una tarde, aprovecharé para pasear y soy muy flojilla y seguro que acabo con el hombro hecho mierda de acarrear con estos dos kilos de libro durante toda la tarde. Y lo que no pienso es fastidiar mi tarde pseudoturística por cargar con un volumen que ya tengo por duplicado". Así que dije "gracias" y me lo llevé...

Pero cuando ya llevaba dos horas callejeando... el librito me pesaba como a Judas el beso... así que en un acto de Amelie de tercera, llevada por un arranque de pseudoguallismo cursi, decidí abandonar el libro... ¿la excusa? un improvisado book crosing ¿la realidad? estaba hasta los webs de cargar con él. Primero pensé en dejarlo en la terracita en la que me había sentado para descansar... pero empanada como vivo (absorta en pensamientos primaverales) pagué, me levanté y me olvidé de abandonarlo... me di cuenta nada más dejar atrás la última mesa de la cafeterría, pero me pareció demasiado psicópata hasta para mi volver y dejarlo en la silla (quizá alguién me viese y pensase que era un libro bomba y llamase a la policía y viniesen los tedax y me detuviesen y perdiese el avión y...)...

Valoré la posibilidad de dejarlo en el primer banquito de piedra que me encontrase... pero me pareció un destino muy poco poético incluso para un tocho design... me parecía casi como tirarlo a la busura... no,no...

Derepente, pasé delante de una pequeña placita peatonal y allí estaba: una vespa primavera azul marino... reluciente... brillante... con cuatro espejos... tan bonita... que se merecía un regalo... "supongo que alguien que tiene una moto tan bonita sabrá apreciar un libro como este", me autoconvencí... miré a la derecha, miré a la izquierda... y dejé el tocho sobre el sillín...

Soy tan patética, que cuando torcí la esquina, no podía dejar de sonreir... como cuando haces algo a hurtadillas, como robar algo o dejar una nota secreta..."¿Te creerás guay y todo? Eres una pretenciosa chunga desequilibrada", decía mi yo implacable y tolerancia cero a las gilipolleces. "En realidad es mi cerebro que manda feromonas para premiarme por librar a mi pobre hombro de una luxación irreversible", dijo mi yo cínico. Y me sentí un poco mejor y menos chunga...

... pero la primavera ha llegado a la perri. Es oficial.

lunes, marzo 24, 2008

No estaba muerta

Ni secuestrada por una guerrilla sudamericana, ni de misión humanitaria en la tienda de Prada de Tokio, ni nada por el estilo... intentaré no volver a desaparecer, lo juro por Rafa de Fama.

El bollo.

La tradición es que el padrino te regale cada pascua un bollo (tarta con un huevo, casa o plataforma de chocolate) hasta que te cases. Entonces, se supone, que ya puede desentenderse de ti porque, se supone, que si te casas es que estas asentado economómicamente o que te pueden mantener. A mis 28 años mi madrina sigue encargando religiosamente cada semana santa mi bollo y creo que ya se ha resignado a que tendrá que hacerlo hasta que el cuerpo aguante.

Los bollos suelen estar decorados con pequeñas reproduciones de plástico de iconos infantiles. En las repisas de mi casa reposan desde Espinete hasta Sin Chan (el protagonista del bollo del año pasado) pasando por Picachu y las Supernenas. Este año, como cada año, antes del domingo de Pascua, me paso por la pastelería donde mi madrina ha encargado el bollo para elegir los muñequitos con los que quiero que lo decoren.

Las pasteleras, evidentemente, ya me conocen.
-Este año, ¿qué quieres?
-Pues no se, estoy echando un vistazo a ver qué teneis (todavía no se pueden creer que, a mi edad,me siga preocupando elegir los dichosos muñecos).
-A mi me gusta bob esponja (me dice una niña rubia de ocho años y vestido primorosamente hortera).
-Sí, no está mal... pero no soy muy fan, pero prefiero algo que me llene más, ¿tenéis Pocoyo?
-¿Pocoyo?
-Sí, Sí, a mi también me mola: yo quiero pocoyo (dice la niña primorosa. Su metasignificado es: si no me compras un bollo con pocoyo lloraré lloraré y a tomar tranquimazin te obligaré).
-No, pues no tenemos al pocoryor ese...
-¡YO QUIERO UN POCOYO! (Podría ser yo, pero no... la del alarido era la hija de la adicta al tranquimazin)...
-A mi también me gustaría un Pocoyo... (digo por lo bajini).
-Pues NO HAY POCOROYORS de esos... tenemos piolines, tom & Jerris, lunnies y shreks... ¿os parece poca oferta monas?

La hija de la adicta al tranquimazin y yo miramos hacia el suelo. Luego nos miramos mutuamente. Por último, miramos los bollos del expositor resignadas. Intentando superar nuestro ataque de caprichismo y comportarnos como adultas.

-Yo quiero a bob esponja (dice la niña).
-A mi ponme un silvestre (digo intento ocultar mi indignación porque una pastelería que se supone que tiene que estar al día de los gustos de los niños para comprar las figuritas que decoran sus bollos -y que son las que eb realidad hacen que un niño se decida por el de una pastelería u otra- no conozcan al gran pocoyo y a sus amigos: Lula, pato y pajaroto... (de hecho yo hubiese preferido una figurilla de pajaroto, pero ya me parecía demasiado especializado)...

Como las pastelerías no trabajan mucho el nicho de mercado de treinteañeros, tampoco había muñecos de nuestra infancia...

El bollo estaba muy bueno. He dejado el silvestre en perriland... no me llena tanto como para ponerlo sobre mi aparato de TDT (junto a Sinchan y Nevado)